La calidad puede entenderse como un conjunto de propiedades
inherentes a una cosa que permite caracterizarla y valorarla con respecto a las
restantes de su especie. Comúnmente se entiende que un producto es de mayor calidad
que otro si consigue satisfacer mejor las necesidades del consumidor. De esta
manera los consumidores graduamos los productos en base a una serie de
cuestiones inherentes a cada tipo producto en concreto y atribuimos una mayor
calidad si reúne un mayor número de las características que nosotros
consideramos que dicho producto en concreto ha de tener. Este término de
calidad que estamos manejando podemos denominarlo también calidad objetiva o
técnica (a mayor número de características deseables, el producto tendrá una
mayor calidad).
Si bien existen métodos profesionales para testar la calidad
objetiva de los productos, ésta pierde todo sentido cuando choca con la calidad
percibida del consumidor. Si supusiéramos al consumidor medio como un ser totalmente
mecánico en su pensamiento, no existiría diferencia alguna entre los términos
calidad objetiva y calidad percibida. Sin embargo, los consumidores nunca son
realmente racionales a la hora de adquirir un producto. Se ven influenciados
por infinidad de factores como: los gustos, experiencias de compra anteriores,
la publicidad...; provocando todo ello que cuando toman la decisión de adquirir
un determinado producto, tienen una idea preconcebida de la calidad del
producto que va a comprar. Esa expectativa de calidad es lo que llamaríamos la
calidad percibida. En otras palabras, es la calidad que el consumidor cree que
el producto tiene, la cual no tiene por qué coincidir con la calidad técnica
del producto.
En ésta pugna entre calidad objetiva y percibida, lo
realmente importante a la hora de posicionar tu producto es la calidad
percibida. No importa que un producto sea objetivamente de mayor calidad que
otro si los clientes no lo perciben como tal. No debe menospreciarse este
atributo psicológico del producto, pues puede llegar a ser una importante
fuente de ingresos. En efecto, los consumidores asocian de manera inconsciente
las ideas de calidad y precio de tal manera que la relación entre ellos es
directa: cuanto más elevado sea el precio mayor es la calidad percibida del
mismo. Un gran ejemplo de ello son las marcas blancas: se trata de productos
cuyo precio suele ser inferior a la de sus competidores (los cuales suelen ser
marcas reconocidas) y por ello los compradores lo perciben como peor desde el
punto de vista de la calidad.
Y es aquí donde surge la cuestión: ¿De verdad las marcas
consideradas de calidad tienen tanta calidad como para justificar el precio que
cobran por sus productos? Lacoste, Tommy Hilfiger, Starbucks... Existen
infinidad de marcas que cobran sus productos a precios desorbitados en
comparación con los de otras marcas menos conocidas. Y aunque en ocasiones
intentan justificar esos precios bajo el paraguas de una mayor calidad técnica
esto no siempre es cierto. Pueden existir productos de competidores totalmente
desconocidos con calidad similar o superior, pero la diferencia es que ellos
son percibidos como de peor calidad. Esto limitado mucho el poder de estos
pequeños productores, que se ven obligados a soportar un margen inferior de
beneficio por el simple hecho de que las grandes marcas mantienen la idea de
que los productos de los primeros son de peor calidad. En efecto, el poder de
las grandes marcas en los medios de comunicación hace que mantengan un profit
margin que quizá no merezcan en absoluto.
Esto llega hasta el punto de que grandes almacenes como el
Corte Inglés en época de rebajas se cuida mucho de rebajar los artículos de
marcas reconocidas: los rebajan poco, no los rebajan o simplemente los retiran
de los lugares de venta. Mientras tanto por el otro lado rebajan los artículos
de marcas desconocidas, potenciando el mensaje de que los productos de marcas
reconocidas poseen una calidad infinitamente superior a la de estos productos
rebajados. Esto lo hacen por dos razones: no perder el margen de beneficio que
les supone vender caro las marcas reconocidas, posibles "acuerdos"
tácitos con las empresas que producen dichas marcas (tanto a éstas como a los
distribuidores les conviene mantener viva la idea de que el producto es de
mayor calidad técnica para así poder justificar un precio más elevado y así
obtener un beneficio por unidad superior). Llegados a éste punto vemos que el
problema principal no es la calidad técnica, sino que una vez más es la calidad
percibida. En éste sentido la única solución que puede hacer justicia a las
pequeñas marcas es una mayor concienciación de los consumidores. se debe
convencer, a nivel de subconsciente, los compradores sobre el hecho de que
mayor precio no siempre es indicio de mayor calidad. Y esto no va a ser tarea
fácil.
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